La esposa de
Edward Bond, Elisabeth Bond, nos ha dejado la pasada noche del 12 de
febrero por culpa de un cáncer.
Elisabeth ha
sido la roca y el apoyo del gigante Bond durante la mayor parte de su
vida adulta. Siendo originalmente alemana, Elisabeth colaboró con
su marido en la escritura y dramaturgia de todas sus obras maestras y
en celebradas traducciones tales como “Despertar en Primavera”
(Spring
Awakening) de Franklin Wedekind.
Apoyando
a Bond con gran pasión y paciencia, Elisabeth mantuvo sus
aspiraciones por un escenario que proyectase los tres grandes pilares
del Gran Drama: visión, honestidad y realidad; un escenario que
cumpliese su antigua – y amenazada - función de señal de alerta
sobre el nefasto futuro prometido por el capitalismo y su burguesía
insaciable.
En
el trasfondo de las obras maestras universales de Bond, “Bingo,”
“Saved,” “Lear,” “Human Canon,” “The Children,” y
muchas más, pasando desapercibida, está la paciencia, el tesón, el
apoyo, la investigación dramatúrgica de Elisabeth Bond.
Y
Bond ha sido, con mucho, uno de los autores más influyentes del s.
XX. Las Sarahs Kanes de la escena no habrían nacido sin Bond –
como la misma Kane declaró repetidas veces.
Todos
esos días que, en su casa en Cambridge, gocé de su compañía,
observé de primera mano su lograda simbiosis como pareja: el inmenso
cariño que se tenían el uno al otro, de su complicidad de
camaradas, y al mismo tiempo un respeto absoluto por el espacio y la
individualidad del otro.
Bond
tiene – o ha tenido - la inmerecida fama del artista “huraño,”
“difícil,” del “ogro” que no puede ser visitado; de “viejo
soviet.” Nada más lejos de la realidad. No hay hombre más
dulce, más paciente, más cariñoso con los jóvenes, con los
estudiantes, con aquellos que nos acercamos a él queriendo ver más
allá en la verdad de la escena, con los humildes. Sin embargo es
cierto que Bond ha sido intransigente hasta la exasperación con las
autoridades, con los críticos, con actores profesionales, con los
Hollywoods y el West End. Bond nunca, nunca se ha dejado perder ni
vender por los laureles del éxito y la fama o el consenso y
moderación política – y lo pudo hacer a lo grande. Nunca
traicionaría a ninguna audiencia, ni joven ni adulta, aunque eso le
cueste la ruina económica y el ostracismo; mucho menos a la
audiencia mayoritaria, de los oprimidos – curiosamente los que
raramente van al teatro.
Si
creéis que aquellas personas que creativa o científicamente – y
como han podido - han dedicado su vida a hacer del bien a la
humanidad, merecen alguna señal de respeto de nuestra parte, por
favor no dudéis en enviar vuestras condolencias a Edward Bond a
través de su agente, con el siguiente correo – os aseguro que,
también él en el otoño de su vida, os lo agradecerá
infinitamente:
tom@casarotto.co.uk
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