La filosofía Bondiana contiende
que vivir en la sociedades liberales es vivir
en tiempos extremos. Como me dice Bond en una carta “Si el Marxismo es
la política de la justicia, vivimos en una época donde esta resulta
impracticable.” Las sociedades liberales
no lo ven así: para ellos la sociedad de la democracia liberal tiene problemas
que pueden solucionarse con buenas políticas y leyes; para el liberal la
sociedad es injusta, sí, pero por culpa de “malos políticos”, “el sistema sufre
de algunos errores, de algunas carencias”, dicen, “pero funciona” – lo cual,
simplemente, esta lejos de la verdad. Esto es difícil de entender incluso para
algunos de los más fervientes seguidores de Edward Bond. Algún tiempo atrás en el 2006, Bond mismo me
pidió que hablara con una profesora universitaria cuya especialidad,
dentro de la rama de la filología inglesa, era la obra de Edward Bond. Al final de una larga conversación en la que
yo escuchaba y ella hablaba sin descanso apasionadamente del “amor por la
justicia” de Bond, resumió su soliloquio concluyendo que todo era por culpa “de
políticos tontos” pero no dijo nada contra el sistema donde esos "políticos tontos" deben ganarse la vida. Es entonces cuando
entendí como si me golpeara un relámpago que en la plataforma Bondiana hay
tanto trabajo por hacer. En la filosofía
Bondiana no cabe la crítica al individuo o individuos sino al sistema y la
ideología en el que los individuos viven; la filosofía Bondiana no intenta
preguntar “¿Qué?,” “¿Quién?” o “¿Cuándo?” sino “¿Por Qué?”. La filosofía bondiana no odia al capitalista sino al capitalismo. Es precisamente las esperanzas éticas lo que
hace que la obra de Bond sea de cardinal importancia.
En conferencias públicas en el área del teatro en Inglaterra he oído a
académicos de peso acusar a Tony Blair, repetidamente y sin vacilación, de
mentiroso y de reconstruirle como la causa principal de los desmanes sociales
de Gran Bretaña. Bond y su filosofía rechaza estas reflexiones superficiales
que, en realidad, evitan confrontar aquello que es el verdadero núcleo del
problema: porque el ex-primer ministro Blair no es ni más ni menos mentiroso
que cualquier otro profesional de cualquiera otra rama profesional, con fuertes ambiciones y aspiraciones. Su objetivo es alcanzar la posición más alta
de su “carrera”. Mostrar indignación ante unos hechos tan hediondos como la
guerra de Irak y explicar que tal acto es la consecuencia de las mentiras de
Tony Blair es mostrar ignorancia histórica; si el acusador es una persona
altamente instruida, tal acusación no es más que distraer a la conciencia de
ver un secreto abierto a todos. En
efecto, Blair es un político profesional que entro en la política entendiendo
el área de la política como una carrera profesional más por resaltar y acumular una reputación —que se convierte en inflados ingresos —, que por una vocación social. ¿Fue Blair un mentiroso?
La lógica, la imaginación y la razón – que no son más que tres de los elementos
fundamentales para emular el gran drama clásico - nos dicen que si Blair se
hubiera negado a aliarse con la administración norteamericana en la guerra
contra Irak, la pequeña burguesía británica – incluyendo esa norteamericana y
muchos de los académicos que hoy le acusan de mentir - le habría caído encima
como una montaña de ladrillos — y Blair actuó en consecuencia. Todos los países
viven dependiendo de la especulación financiera creada por el Gran Capital de
Wall Street y la “City” de Londres, cuyo movimiento de capital con Wall
Street se iguala a varias veces el P.I.B
del Reino Unido entero. Como afirmaría
la filosofía Bondiana, Blair no es que fuera un mentiroso, sino exactamente un
profesional de la política – la forma más corrupta de hacer política - con una
prioridad más que incrustada como verdad única en la mente de todos globalmente,
el imperativo que supera con creces cualquier otro imperativo: tratar de
asegurar por todos los medios, incluso a costa del sufrimiento humano o su
brutalización, un constante crecimiento de capital.
En el activismo político actual (ese que es fundamentalmente mediático,
prominente, que lucha por mayorías electorales) ejercer política se entiende
como una profesión más, análoga a cualquier otra profesión como banquero,
ingeniero o conductor. Un personaje
político hoy se presenta al público como un agente puramente profesional y que
actúa según los criterios del profesionalismo. ¿Qué es el profesionalismo? No podemos detallar aquí el significado
completo del profesionalismo vigente pero bastará decir por ahora que, en la
plataforma socio-política actual, el profesionalismo como concepto es análogo a
la idea de la teoría de la pequeña burguesificación[1]. La pequeña burguesificación responde a la
pregunta “¿Qué pasó con la diferencia de clases? ¿Existe aun la clase
trabajadora y sus reivindicaciones históricas? Por supuesto que las clases
trabajadoras, explotadas, abusadas, que viven diariamente en el borde del
barranco, aferrándose como hicieron en el pasado a todo aquello que puedan
aferrar, incluso a lo más indigno, existen.
Pero ahora estos miles de millones de individuos tienen aspiraciones, no
de un mundo donde todos estan unidos en un proyecto común humano, sino como
enemigos; es decir, compitiendo unos contra otros.
El profesionalismo en si forma
una parte fundamental en la reproducción de la ideología dominante – ya sea la
dictadura Stalinista-comunista o el régimen burgués. Una persona considerada un
“buen profesional” no debe mostrar ni emociones ni empatía por el otro ni
tampoco esperar comprensión para uno mismo en el otro. Un buen profesional no puede aplicar
conceptos como “principios”, ya sean morales o éticos — o incluso los intrínsecamente ideológicos—, porque su
profesionalismo se pondría en duda. El
político profesional sugiere solucionar problemas particulares, singulares, mientras propaga
que el sistema, aunque con imperfecciones, funciona; negocia entre el Gran
Capital y las sociedades a las que representa, para beneficio y mantenimiento,
precisamente, del Gran Capital.
Mientras tanto donde había un
problema, resurgen tres que, a su vez, se convierten en oportunidades económicas
(que por supuesto algunas se convierten ocasionalmente en más o menos exitosas obras de
teatro).
Termino así dejándole al mismo
Bond hablar de su filosofía:
La democracia
del consumo “estetiza” el acto de consumir.
Todo lo que puede hallarse en sus calles son fantasmas. Sólo con el delito es diferente porque es la
inocencia substanciada en objeto como venganza frente a la injusticia. El teatro posterior al Brechtismo debe confrontar
a la ideología con las corrupciones que esta provoca. Cuando la confrontación es específica y
clara, no puede ser ignorada. El
Brechtismo nos da razones para actuar pero no para vivir. Por algún tiempo pudo haber sido suficiente. Ahora, no.
Nos convertimos en peones de la Tecnomaquia.[2]
No podemos confiar en nuestra humanidad,
no existe una humanidad sempiterna contra la cual apoyarse. No está anclada en la razón; a cada uno de
nosotros nos corresponde crearla. Si eso
no se comprende, entonces nuestra situación es desesperada. Como hicieron los antiguos griegos, debemos
confrontar al origen de nuestro “ser”.
El Brechtismo elude nuestra incognita más importante: no “¿Qué haremos?”
sino, primero, “¿Quiénes somos?”
En su descomunal y doloroso libro The Theory and Practice of Hell
(1960, New York: Berckley Publishing Corp.
) Eugene Kogon, un superviviente de Buchenwald, nos dice que los pocos que no
se dejaban morir, que no se entregaban voluntariamente a la muerte tras el shock de encontrarse en el peor de los infiernos, era porque lograban encontrar motivos para alimentar venganza y
odio por el “otro"; porque dominando formas y maniobras criminales, lograban
situarse un paso delante de los otros presos.
“Había muchos mártires muertos en los campos,” concluye, “pero muy pocos
santos vivos” (p. 306).
No abandonamos Auschwitz. El pianista superviviente siguió tocando la
misma sonata, vestido con las mismas galas, pagado por la misma audiencia, y
con la misma cadencia melodramática que corrompe y miente. El
joyero a sus joyas y el mercenario a sus asesinatos. El rico siguió mintiendo, queriendo hacer
creer que es rico porque se lo merece y convenciendo al pobre que es pobre
porque se lo merece. Menganito copia en el examen y fulanito obtiene mejores
notas en inglés porque su tía la profesora le ha corregido el examen. Competimos por recursos limitados y en el
proceso todos son enemigos.
Pero hay otro plan: razón e imaginación.
[1] La pequeña
burguesificación social es un término que se encuentra en la teoría social de
Nicos Poulantzas y después en la de García Düttmann o Pierre Bourdieu.
[2] Tecnomaquia: dice Bond en
1998 “ (…) Ahora la tecnología es la Tecnomaquia. En el pasado, la tecnología fue un beneficio
para la humanidad, ahora comienza a ser un problema. La antigua justificación de la justicia era
que el régimen necesitaba sobrevivir la escasez. Ahora la injusticia se justifica a través de
los beneficios de la prosperidad. (…) La abundancia moderna produce condiciones
sociales y psicológicas de la escasez.
(…) La Tecnomaquia inventa necesidades para estimular insatisfacción.
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